155. San Juan Pablo II hizo una advertencia muy sutil cuando dijo que el hombre y la mujer están «amenazados por la insaciabilidad»[158]. Es decir, están llamados a una unión cada vez más intensa, pero el riesgo está en pretender borrar las diferencias y esa distancia inevitable que hay entre los dos. Porque cada uno posee una dignidad propia e intransferible. Cuando la preciosa pertenencia recíproca se convierte en un dominio, «cambia esencialmente la estructura de comunión en la relación interpersonal»[159]. En la lógica del dominio, el dominador también termina negando su propia dignidad[160], y en definitiva deja «de identificarse subjetivamente con el propio cuerpo»[161], ya que le quita todo significado. Vive el sexo como evasión de sí mismo y como renuncia a la belleza de la unión.[158] Catequesis (18 junio 1980), 5: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 22 de junio de 1980, p. 3.
[159] Ibíd., 6.
[160] Cf. Catequesis (30 julio 1980), 1: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 3 de agosto de 1980, p. 3.
[161] Catequesis (8 abril 1981), 3: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 12 de abril de 1981, p. 3.
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