182. Ninguna familia puede ser fecunda si se concibe como demasiado diferente o «separada». Para evitar este riesgo, recordemos que la familia de Jesús, llena de gracia y de sabiduría, no era vista como una familia «rara», como un hogar extraño y alejado del pueblo. Por eso mismo a la gente le costaba reconocer la sabiduría de Jesús y decía: «¿De dónde saca todo eso? [...] ¿No es este el carpintero, el hijo de María?» (Mc 6,2-3). «¿No es el hijo del carpintero?» (Mc 6,2-3). «¿No es este el hijo del carpintero?» (Mt 13,55). Esto confirma que era una familia sencilla, cercana a todos, integrada con normalidad en el pueblo. Jesús tampoco creció en una relación cerrada y absorbente con María y con José, sino que se movía gustosamente en la familia ampliada, que incluía a los parientes y amigos. Eso explica que, cuando volvían de Jerusalén, sus padres aceptaban que el niño de doce años se perdiera en la caravana un día entero, escuchando las narraciones y compartiendo las preocupaciones de todos: «Creyendo que estaba en la caravana, anduvieron el camino de un día» (Lc 2,44). Sin embargo a veces sucede que algunas familias cristianas, por el lenguaje que usan, por el modo de decir las cosas, por el estilo de su trato, por la repetición constante de dos o tres temas, son vistas como lejanas, como separadas de la sociedad, y hasta sus propios parientes se sienten despreciados o juzgados por ellas.
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