miércoles, 19 de abril de 2017

UNA FORMA DE AMAR (159)

159. La virginidad es una forma de amar. Como signo, nos recuerda la premura del Reino, la urgencia de entregarse al servicio evangelizador sin reservas (cf. 1 Co 7,32), y es un reflejo de la plenitud del cielo donde «ni los hombres se casarán ni las mujer tomarán esposo» (Mt 22,30). San Pablo la recomendaba porque esperaba un pronto regreso de Jesucristo, y quería que todos se concentraran sólo en la evangelización: «El momento es apremiante» (1 Co 7,29). Sin embargo, dejaba claro que era una opinión personal o un deseo suyo (cf. 1 Co 7,6-8) y no un pedido de Cristo: «No tengo precepto del Señor» (1 Co 7,25). Al mismo tiempo, reconocía el valor de los diferentes llamados: «cada cual tiene su propio don de Dios, unos de un modo y otros de otro» (1 Co 7,7). En este sentido, san Juan Pablo II dijo que los textos bíblicos «no dan fundamento ni para sostener la “inferioridad” del matrimonio, ni la “superioridad” de la virginidad o del celibato»[166] en razón de la abstención sexual. Más que hablar de la superioridad de la virginidad en todo sentido, parece adecuado mostrar que los distintos estados de vida se complementan, de tal manera que uno puede ser más perfecto en algún sentido y otro puede serlo desde otro punto de vista. Alejandro de Hales, por ejemplo, expresaba que, en un sentido, el matrimonio puede considerarse superior a los demás sacramentos, porque simboliza algo tan grande como «la unión de Cristo con la Iglesia o la unión de la naturaleza divina con la humana»[167].
[166] Catequesis (14 abril 1982), 1: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 18 de abril de 1982, p. 3.
[167] Glossa in quatuor libros sententiarum Petri Lombardi, 4, 26, 2 (Quaracchi 1957, 446).

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Muchas gracias por tu comentario