192. San Juan Pablo II nos invitó a prestar atención al lugar del anciano en la familia, porque hay culturas que, «como consecuencia de un desordenado desarrollo industrial y urbanístico, han llevado y siguen llevando a los ancianos a formas inaceptables de marginación»[214]. Los ancianos ayudan a percibir «la continuidad de las generaciones», con «el carisma de servir de puente»[215]. Muchas veces son los abuelos quienes aseguran la transmisión de los grandes valores a sus nietos, y «muchas personas pueden reconocer que deben precisamente a sus abuelos la iniciación a la vida cristiana»[216]. Sus palabras, sus caricias o su sola presencia, ayudan a los niños a reconocer que la historia no comienza con ellos, que son herederos de un viejo camino y que es necesario respetar el trasfondo que nos antecede. Quienes rompen lazos con la historia tendrán dificultades para tejer relaciones estables y para reconocer que no son los dueños de la realidad. Entonces, «la atención a los ancianos habla de la calidad de una civilización. ¿Se presta atención al anciano en una civilización? ¿Hay sitio para el anciano? Esta civilización seguirá adelante si sabe respetar la sabiduría, la sabiduría de los ancianos»[217].
[214] Exhort. ap. Familiaris consortio (22 noviembre 1981), 27: AAS 74 (1982), 113.
[215]Juan Pablo II, Discurso a los participantes en el «Foro internacional sobre la Tercera Edad» (5 septiembre 1980), 5:L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 19 de octubre de 1980, p. 16.
[216] Relación final 2015, 18.
[217] Catequesis (4 marzo 2015): L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española, 6 de marzo de 2015, p. 12.
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