El discernimiento ignaciano: entrar en la
mentalidad de Dios
La mentalidad de los
judíos en la época de Jesucristo era que ya que los Mandamientos de la Ley de
Dios eran de observancia obligatoria, Dios juzgaría con el mismo rasero
inflexible a todos los hombres, es decir, con rigurosa igualdad, sin la menor
diferencia. Jesucristo ya desde entonces les enseñó que no era así. En respaldo
de esto, el hombre, a lo largo de los siglos
ha ido descubriendo que cada uno de nosotros somos “un ser único e irrepetible,
con fortalezas y debilidades”.
Maestro indiscutible del “discernimiento de espíritus” fue san Ignacio
de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús y que mejor que un Papa jesuita
para popularizar esta práctica dentro de la praxis pastoral.
La Exhortación Amoris Laetitia es una maravillosa invitación a abrazar
la complejidad de la vida con todas sus luces y sus sombras, para iniciar
procesos antes que juicios. Este enfoque no significa caer en un relativismo.
Al contrario, nos regresa al centro de la fe cristiana, a la praxis de Jesús de
Nazaret, cuya misericordia nos invita al discernimiento continuo de cada
situación y cada historia de vida. El discernimiento, lejos de ser un “arte”
usado por algunos pocos, es el corazón mismo de la vida cristiana y su espiritualidad.
Al discernir, recuerda el Papa Francisco, “la vida se nos complica
maravillosamente” (Amoris Laetitia 308), pues ella es don y tarea, gracia y
fatiga, providencia y libertad.
Esto no lleva a una nueva normativa general de tipo canónica, aplicable
a todos los casos. Sino a un responsable discernimiento personal y pastoral de
los casos particulares, que debería reconocer que, puesto que «el grado de
responsabilidad no es igual en todos los casos», por lo que las consecuencias o
efectos de una norma no necesariamente deben ser siempre las mismas (Amoris
Laetitia 336). Los presbíteros tienen la tarea de «acompañar a las personas
interesadas en el camino del discernimiento de acuerdo a la enseñanza de la
Iglesia y las orientaciones del Obispo.
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