"No
demos nunca a nada ni a nadie por perdido" (Papa Francisco)
El objetivo de estos Sínodos convocados por
el Papa Francisco quedó hermosamente expresado en el número 89 de la
Exhortación Postsinodal Amoris
Laetitia: “no podremos alentar un camino de fidelidad y de entrega
recíproca si no estimulamos el crecimiento, la consolidación y la
profundización del amor conyugal y familiar”. En esta perspectiva, todo el
documento se fundamenta en tres
palabras claves que se deben entender como un contenido programático
de toda pastoral: “acompañar,
discernir, integrar”. Y estas se aplican según la llamada ley
de "gradualidad". Podemos
leer tres textos que nos iluminan en este sentido:
Amoris Laetitia 291: "Los Padres sinodales han expresado que, aunque la
Iglesia entiende que toda ruptura del vínculo matrimonial «va contra la
voluntad de Dios, también es consciente de la fragilidad de muchos de sus
hijos». Iluminada por la mirada de Jesucristo, «mira con amor a quienes
participan en su vida de modo incompleto, reconociendo que la gracia de Dios
también obra en sus vidas, dándoles la valentía para hacer el bien, para
hacerse cargo con amor el uno del otro y estar al servicio de la comunidad en
la que viven y trabajan». Por otra
parte, esta actitud se ve fortalecida en el contexto de un Año Jubilar dedicado
a la misericordia. Aunque siempre propone la perfección e invita a una
respuesta más plena a Dios, «la
Iglesia debe acompañar con atención y cuidado a sus hijos más frágiles,
marcados por el amor herido y extraviado, dándoles de nuevo confianza y
esperanza, como la luz del faro de un puerto o de una antorcha llevada en medio
de la gente para iluminar a quienes han perdido el rumbo o se encuentran en
medio de la tempestad». No olvidemos que, a menudo, la tarea de la Iglesia se
asemeja a la de un hospital de campaña".
Amoris Laetitia 294: "Pero «es preciso afrontar
todas estas situaciones de manera constructiva, tratando de transformarlas en
oportunidad de camino hacia la plenitud del matrimonio y de la familia a la luz
del Evangelio. Se trata de acogerlas y acompañarlas con paciencia y
delicadeza». Es lo que hizo Jesús con la samaritana (cf. Jn 4,1-26):
dirigió una palabra a su deseo de amor verdadero, para liberarla de todo lo que
oscurecía su vida y conducirla a la alegría plena del Evangelio".
Amoris Laetitia 295: "En
esta línea, san Juan Pablo II proponía la llamada «ley de gradualidad» con la
conciencia de que el ser humano «conoce, ama y realiza el bien moral según
diversas etapas de crecimiento». No es una «gradualidad de la ley», sino una
gradualidad en el ejercicio prudencial de los actos libres en sujetos que no
están en condiciones sea de comprender, de valorar o de practicar plenamente
las exigencias objetivas de la ley. Porque la ley es también don de Dios que
indica el camino, don para todos sin excepción que se puede vivir con la fuerza
de la gracia, aunque cada ser humano «avanza gradualmente con la progresiva
integración de los dones de Dios y de las exigencias de su amor definitivo y
absoluto en toda la vida personal y social»".
El fruto de este proceso sinodal estuvo
basado en la escucha atenta y el diálogo sincero entre los participantes. El
Papa, repetidas veces abogó por tal clima, pidiendo que se hablaran “las cosas
claras”. Pero esta actitud de escucha no se limitó al aula sinodal.
Por primera vez se realizó un cuestionario que debía llegar a las
conferencias episcopales y a las parroquias. Este cuestionario debía
ser respondido por cada Iglesia local. La voz de los fieles también era
importante. Los pastores debían interpretar y transmitir las alegrías y las
preocupaciones de las Iglesias locales. Como si eso no bastase, se invitaron a
familias y a expertos a participar en el Sínodo Ordinario del 2014. La voz de
los fieles y su sentir debían ser considerados. La novedad de este proceso
sinodal se entiende a la luz de la puesta en
práctica del espíritu del Concilio Vaticano II, lo cual se
pudo percibir a lo largo del diálogo presente en todas las
discusiones.
Tres puntos resumen la originalidad de esta
exhortación post-sinodal. PRIMERO,
llama a la Iglesia a despertar a una “creatividad misionera”, en lugar de
colocarse a la defensiva (cfr. Amoris
Laetitia 57). Subyace el modelo de una Iglesia en salida
que quiere aprender y crecer como discípula a la luz del seguimiento
de Jesús. Una Iglesia samaritana que se nutre de la misericordia y se entiende,
ella misma, en necesidad de una conversión permanente. SEGUNDO, se invitó a no reducir
la complejidad de los temas y las tareas por hacer. Vivimos un cambio de época y no existen recetas
fáciles que puedan ser aplicables a todos los casos por igual. Hay
que tomar en cuenta las condiciones concretas de cada persona y aplicar la ley
de la gradualidad pastoral (cfr. A.L 289). La Exhortación es una maravillosa invitación
a abrazar la complejidad de la vida con todas sus luces y sus sombras,
para iniciar procesos antes que juicios. Este enfoque no significa caer en
un relativismo. Al contrario, nos regresa al centro de la fe cristiana, a la
praxis de Jesús de Nazaret, cuya misericordia nos invita al discernimiento
continuo de cada situación y cada historia de vida. El discernimiento, lejos de
ser un “arte” usado por algunos pocos, es el corazón mismo de la vida cristiana
y su espiritualidad. Al discernir, recuerda el Papa
Francisco, “la vida se nos complica maravillosamente” (Amoris Laetitia 308), pues
ella es don y tarea, gracia y fatiga, providencia y libertad.
El TERCER criterio
lo podemos expresar usando una idea desarrollada en la Exhortación
Apostólica Evangelii Gaudium: “La Iglesia no es una aduana, es
la casa paterna/materna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas (Evangelii Gaudium 47). Lejos
de cambiar y modificar doctrinas o formas vigentes de celebración de los
sacramentos, el Papa Francisco nos está invitando a reformar nuestras
mentalidades, a convertirnos y cambiar nuestra forma de aproximarnos y
convivir con los otros/as, pues esa complejidad que nace del vivir juntos es lo
que caracteriza a una auténtica vida humana.
Amoris Laetitia es una invitación a abrir espacios de
participación, a confiar en la gracia de Dios que no descarta ni abandona
a nadie y a emprender un camino de acogida e integración de todos aquellos que
no participan hoy en la vida de nuestras casas, de nuestras familias o
comunidades por tantos prejuicios que nos acechan. Como ha dicho Francisco: “no demos nunca a nada ni a nadie por perdido”.
Por ello, antes de ser el hermano mayor de la parábola del hijo pródigo, seamos seguidores de Jesús, de su praxis misericordiosa,
movidos por aquél que tocó a los que la Ley impedía tocar, que
comió junto a los que muchos no podían aceptar, y que sanó
a quienes la Ley daba por impuros y perdidos.
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